A la enfermedad y a las muertes, les sucedieron las diferentes etapas de vacunación.

Y un día llegó el momento de la aplicación de las primeras dosis de vacunas contra el COVID-19 a los primeros jóvenes mayores de 18 años.

Formaron una larga fila, que daba una vuelta completa como una espiral, afuera del Gimnasio Municipal “Fioravanti Ruggeri”, donde meses atrás se había desarrollado la vacunación para los grupos más vulnerables y para los trabajadores de la “primera línea”.

A Liliana la conocí por su trabajo en el CAPS Andreani, el centro de atención de salud del barrio Lavalle de Viedma, uno de los tantos barrios populares que fue golpeado por el COVID-19, alejado de los bulevares cercanos al centro.

Ella tiene más de 20 años de trabajo como agente sanitaria con los sectores más vulnerables de la capital rionegrina.

Su hija Sofía la acompañó, sumándose como voluntaria de salud a partir de este año, realizando los llamados telefónicos y dando aviso a quienes se habían hisopado resultando “negativos” por coronavirus.

Liliana y Sofía se encontraron en el vacunatorio de este gimnasio repleto de jóvenes, y era la madre quien le aplicaba la primera dosis de la vacuna a su hija.

La palabra “esperanza” tiene que ver con “esperar”.

Cuando comenzó esta pandemia había más incógnitas y miedos que certezas.

Ahora creo que estamos más cerca de los besos y los abrazos.