Apenas unos segundos
es el tiempo que tarda la luz
en iluminar al público.
Es un fenómeno inverso
al que ocurre en los escenarios.
Pasaron casi tres años
y la gente habla con sus ojos.
Sobreviven,
con ganas de festejar.
Esperan,
con esa contradicción
del deseo de gritar regulando las ganas,
y abrazar a los que tienen al lado.
Se amuchan con cierta desprolijidad.
Se funden,
y por unos segundos
cantan.
Explotan igual,
y se desdibujan.
Se humanizan.
Para reunirse nuevamente,
como un río y un mar.
Y el espectáculo es poder ver hacia donde miran.
La mirada de felicidad, después de tanto dolor, un poco de satisfacción…