Una historia de poder, de fragilidad y supervivencia de la fotografía.
En el año 1839 se develaba el misterio sobre lo que conoceríamos con el nombre de “fotografía”. Francois Aragó, matemático, astrónomo y persona influyente del Gobierno Francés contribuyó a que el invento de Joseph Nicéphore Niepce primero y finalmente de Louis Daguerre se diera a conocer en Francia.
Su anuncio con “bombos y platillos” en la Academia de Ciencias liberaría la patente del invento para “toda la humanidad”.
Cualquiera que tuviera los medios económicos necesarios para comprar una cámara de daguerrotipos y montar un estudio podía convertirse en fotógrafo. Pero el acceso al oficio seguía siendo prohibitivo.
El mismo año de su surgimiento, la fotografía llegaba al continente a través de un buque escuela llamado L´oriental. Era el primer paso de los fotógrafos itinerantes. Más específicamente del primer daguerrotipista frances llamado Louis A. Compte.
Era el capellán de la nave, un religioso al que llamaban “abate”. La palabra era engañosa: “abbé” en francés significa “abad” y también “sacerdote”.
No había ninguna abadía relacionada a las “imágenes daguerrianas”. Compte se había ordenado sacerdote en la ciudad de Autun y había aprendido la técnica del daguerrotipo con el propio Louis Daguerrre.
Su nombre también aparece mencionado en las crónicas como “Comte o Combes”
Una serie de pruebas y demostraciones estuvieron a su cargo durante la travesía de L´óriental, y a fines de 1839 realizó algunas imágenes en San Salvador de Bahía, y en 1840 en Río de Janeiro y Montevideo.
Fue ahí donde se conocieron las novedades del daguerrotipo en el Río de la Plata.
El buque no pudo desembarcar en el puerto de Buenos Aires por el bloqueo francés a la ciudad y a los puertos fluviales de la Confederación Argentina, teniendo que seguir viaje hacia el sur, y desde ahí a Chile. Este fue el punto de partida para el desarrollo del oficio en nuestra tierra y en las demás ciudades sudamericanas.
Pero el registro mejor documentado se dio con la llegada del primer daguerrotipista a Buenos Aires en agosto de 1843. El inglés John Elliott inauguró su estudio de daguerrotipia en los altos de la Recova Nueva 56, plaza de la Victoria. Era el primero del país. Fue el punto de partida para numerosos fotógrafos itinerantes de origen extranjero que abrirían casas de fotografías.
Casi en simultáneo, el litógrafo y librero Gregorio Ibarra, nacido en Buenos aires y amigo personal del gobernador Juan Manuel de Rosas anunciaba su estudio de daguerrotipos. No quedo registró de sus trabajos fotográficos, pero sí de gran cantidad de grabados y litografías.
El daguerrotipo más antiguo de la Argentina que se conservó hasta nuestros días, está fechado el 15 de octubre de 1845, y fue realizado por el fotógrafo norteamericano John A. Bennet, retratando al gobernador federal de Salta, Miguel Otero.
Otra imagen de las más antiguas es la del Almirante Brown junto a su esposa Elizabeth Chitty, de autor desconocido.
Quienes sintieron curiosidad por fotografiarse fueron aquellos más abiertos a una nueva era de cambios en donde los pintores y miniaturistas aprendían el oficio de la fotografía. Se abriría un debate sobre la posible desaparición de estas artes. La pintura perduró mientras que las miniaturas caerían en decadencia.
Mariquita Sánchez de Thompson, una mujer patricia de avanzada, Florencio Varela, fiel exponente del espíritu romántico de la generación del 37 y Manuelita Rosas, hija de Juan Manuel de Rosas quisieron fotografiarse.
Daguerrotipo de Maria Sanchez de Mendeville, viuda de Thompson. Autor: Antonio Pozzo. Museo Historico Nacional
Daguerrotipo de Manuelita Rosas realizado entre 1844 y 1846, de autor no identificado. Museo Histórico Nacional.
Florencio Varela, con su hija María (c. 1847)
La francesa Antonia Brunet de Annat fue la primera mujer daguerrotipista y fotógrafa de la Argentina. Trabajó entre 1854 y 1862 en Buenos Aires. Estaba casada en 1825 con el decorador Claudio Annat y se formó en bellas artes especializándose en el retrato y la miniatura sobre papel y marfil. Poco se sabe sobre su vida en Francia y sus daguerrotipos no perduraron en el tiempo.
Trabajó en Capital Federal en Belgrano 74, Potosí 62, Plata 161, Victoria 35, Cuyo 126 y Suipacha 141. La artista mantuvo una amistad con otra importante miniaturista de la época: Andrea Bacle.
El proceso del daguerrotipo, costoso y complicado en su técnica encontró interés en el entorno urbano de las capitales para retratos de estudio de altos rangos militares, caudillos, eclesiásticos, ricos estancieros de familias poderosas y damas de la sociedad.
Era un artículo de lujo y servía para la construcción iconográfica del poder. Se entregaba en estuches de cuero y terciopelo.
Se obtenía una imagen única e irrepetible que de acuerdo al movimiento frente a la luz podía observarse como negativo o positivo a la vez.
Estas placas de cobre cubiertas de plata sensibilizada eran tratadas previamente con vapores de yodo y mercurio en un proceso muy toxico para la salud y que resultaba en una imagen positiva comparable con las alas de una mariposa. Si se tocaba con el dedo, la imagen se desprendía fácilmente del soporte.
Los daguerrotipos eran llamados “los espejos con memoria”.
Adolfo Alexander, Cristiano Junior, Charles Fredicks, Ernesto Schlie, Juan Pi, Antonio Pozzo, trajeron su oficio y realizaron fotografías de estudio para salir del ámbito privado al público con cámaras menos aparatosas y comenzaron a retratar al aire libre la expansión y la vida cotidiana de las ciudades.
Desde esta fragilidad migrante se construyó la fotografía en Sudamérica.